De pronto, las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica:
-¡Qué sintagma!
-¡qué polisemia!
-¡Qué significante!
-¡Qué diacronía!
-¡Qué exemplar cetororum!
-¡Qué zungenspitzel!
-¡Qué morfema!
La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonémas.
Solo se la vió sonreír, alagada y, tal vez, vulnerable, cuando el jóven ordenanza, antes de abrirle la puerta, murmuró casi en su oído:
"cosita linda"
desde que lo lei en realidad me gusto mucho.
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